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domingo, 21 de septiembre de 2014

La ética de Kant. Fragmentos

     Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785) – Fragmentos


Todo el mundo ha de confesar que una ley para valer moralmente, esto es, como fundamento de una obligación, tiene que llevar consigo una necesidad absoluta; (...) que por tanto el fundamento de la obligación no debe buscarse en la naturaleza del hombre o en las circunstancias del universo en que el hombre está puesto, sino a priori exclusivamente en conceptos de la razón pura, y que cualquier otro precepto que se funde en principios de la mera experiencia, incluso en preceptos que, siendo universales en ciertos respectos, se asiente en fundamentos empíricos, aunque no fuese más que en una mínima parte, acaso tan sólo por un motivo de determinación podrá llamarse una regla práctica, pero nunca una ley moral.

Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Prólogo, pp. 18-19.

Ni en el mundo, si, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. El entendimiento, el gracejo, el Juicio, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del temperamento son, sin duda, en muchos respectos, buenos y deseable; pero también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos sin la voluntad que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza, y cuya peculiar constitución se llama por eso carácter, no es buena. (...) La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es buena en sí misma... Aún cuando, por particulares enconos del azar o por mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad –no desde luego como un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder-, sería esa buena voluntad como una joya brillante por sí mismo, como algo que en sí mismo posee su pleno valor...

 Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Capítulo I, pp. 27-9.

Por tanto, no es otra cosa, sino sólo la representación de la ley en sí misma –la cual desde luego no se encuentra más que en el ser racional-, en cuanto que ella y no el efecto esperado es el fundamento determinante de la voluntad, puede constituir ese bien tan excelente que llamamos bien moral, el cual está presente ya en la persona misma que obra según esa ley, y que no es lícito esperar de ningún efecto de la acción. Pero¿Cuál puede ser esa ley cuya representación, aún sin referirnos al efecto que se espera de ella, tiene que determinar la voluntad, para que ésta pueda llamarse buena en absoluto y sin restricción alguna? Como he sustraído la voluntad a todos los afanes que pudieran apartarla del cumplimiento de una ley, no queda nada más que la universal legalidad de las acciones en general –que debe ser el único principio de la voluntad-; es decir, yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal. Aquí es la mera legalidad en general –sin poner por fundamento ninguna ley determinada a ciertas acciones- que le sirve de principio a la voluntad, y tiene que servirle de principio si el deber no ha de ser por doquiera una vana ilusión y un concepto quimérico; y con todo esto concuerda perfectamente la razón vulgar de los hombres en sus juicios prácticos, y el principio citado no se parta nunca de sus ojos.

 Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Capítulo I, 39-41.

 

Imperativo categórico



“OBRA SÓLO SEGÚN UNA MÁXIMA TAL QUE PUEDA QUERER AL MISMO TIEMPO QUE SE TORNE LEY UNIVERSAL”
Sólo obramos moralmente cuando queremos que el principio de nuestro querer se convierta en ley válida para todos

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