Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785) – Fragmentos
Todo el mundo ha de confesar que una ley para valer moralmente, esto es, como fundamento de una obligación, tiene que
llevar consigo una necesidad absoluta;
(...) que por tanto el fundamento de la
obligación no debe buscarse en la naturaleza del hombre o en las
circunstancias del universo en que el hombre está puesto, sino a
priori exclusivamente en conceptos de la razón pura, y que cualquier
otro precepto que se funde en principios de la mera experiencia, incluso en
preceptos que, siendo universales en ciertos respectos, se asiente en
fundamentos empíricos, aunque no fuese más que en una mínima parte, acaso tan
sólo por un motivo de determinación podrá llamarse una regla práctica, pero nunca una ley
moral.
Kant, Fundamentación de la metafísica de las
costumbres, Prólogo, pp. 18-19.
Ni en el mundo, si, en general, tampoco
fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan
sólo una buena voluntad. El
entendimiento, el gracejo, el Juicio, o como quieran llamarse los talentos del
espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los propósitos, como
cualidades del temperamento son, sin duda, en muchos respectos, buenos y
deseable; pero también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos
sin la voluntad que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza, y cuya
peculiar constitución se llama por eso carácter, no es buena. (...) La buena voluntad no es buena por lo que
efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que
nos hayamos propuesto; es buena sólo por
el querer, es buena en sí misma... Aún cuando, por particulares enconos del
azar o por mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a
esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus
mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena
voluntad –no desde luego como un mero deseo, sino como el acopio de todos los
medios que están en nuestro poder-, sería
esa buena voluntad como una joya brillante por sí mismo, como algo que en sí
mismo posee su pleno valor...
Kant, Fundamentación
de la metafísica de las costumbres, Capítulo I, pp. 27-9.
Por tanto, no es otra cosa, sino sólo la representación de la ley en sí
misma –la cual desde luego no se encuentra más que en el ser racional-, en
cuanto que ella y no el efecto esperado es el fundamento determinante de la
voluntad, puede constituir ese bien tan excelente que llamamos bien moral, el
cual está presente ya en la persona misma que obra según esa ley, y que no es
lícito esperar de ningún efecto de la acción. Pero¿Cuál puede ser esa ley cuya
representación, aún sin referirnos al efecto que se espera de ella, tiene que
determinar la voluntad, para que ésta pueda llamarse buena en absoluto y sin
restricción alguna? Como he sustraído la voluntad a todos los afanes que
pudieran apartarla del cumplimiento de una ley, no queda nada más que la universal legalidad de las acciones en
general –que debe ser el único principio de la voluntad-; es decir, yo no debo obrar nunca más que de modo que
pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal. Aquí es la
mera legalidad en general –sin poner por fundamento ninguna ley determinada a
ciertas acciones- que le sirve de principio a la voluntad, y tiene que servirle
de principio si el deber no ha de ser por doquiera una vana ilusión y un
concepto quimérico; y con todo esto concuerda perfectamente la razón vulgar de
los hombres en sus juicios prácticos, y el principio citado no se parta nunca
de sus ojos.
Kant, Fundamentación
de la metafísica de las costumbres, Capítulo I, 39-41.
Imperativo categórico
“OBRA SÓLO
SEGÚN UNA MÁXIMA TAL QUE PUEDA QUERER AL MISMO TIEMPO QUE SE TORNE LEY
UNIVERSAL”
Sólo obramos moralmente
cuando queremos que el principio de nuestro querer se convierta en ley válida
para todos
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