Mario Bunge: la ciencia
Mientras los animales inferiores sólo están en
el mundo, el hombre trata de entenderlo; y, sobre la base de su inteligencia
imperfecta pero perfectible del mundo, el hombre intenta enseñorearse de él
para hacerlo más confortable. En este proceso, construye un mundo artificial:
ese creciente cuerpo de ideas llamado «ciencia», que puede caracterizarse como
conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente
falible. Por medio de la investigación científica el hombre ha alcanzado una
reconstrucción conceptual del mundo que es cada vez más amplia, profunda y
exacta.
Un mundo le es dado al hombre; su gloria no es
soportar o despreciar este mundo, sino enriquecerlo construyendo otros
universos. Amansa y remoldea la naturaleza sometiéndola a sus propias
necesidades; construye la sociedad y es a su vez construido por ella; trata
luego de remoldear este ambiente artificial para adaptarlo a sus propias
necesidades animales y espirituales, así como a sus sueños: crea así el mundo
de los artefactos y el mundo de la cultura. La ciencia como actividad -como
investigación- pertenece a la vida social; en cuanto se la aplica al
mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y
manufactura de bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en
tecnología. Sin embargo, la ciencia se nos aparece como la más deslumbrante y
asombrosa de las estrellas de la cultura cuando la consideramos como un bien
por sí mismo, esto es, como un sistema de ideas establecidas provisionalmente
(conocimiento científico), y como una actividad productora de nuestras ideas
(investigación científica).
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Mario Bunge, La ciencia, su método y su
filosofía, Siglo Veinte, Buenos Aires 1972, p. 7-8.
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