Renato Descartes
(1596-1650): La razón como forma de acceder al conocimiento
“Yo pienso, entonces...”
Yo
soy, yo existo; eso es cierto, pero ¿cuánto tiempo?
Todo el tiempo que estoy pensando: pues quizá ocurriese que, si yo cesara de
pensar, cesaría al mismo tiempo de existir. No admito ahora nada que no sea
necesariamente verdadero: así, pues, hablando con precisión, no soy más que una
cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón,
términos cuyo significado me era antes desconocido. Soy, entonces, una cosa
verdadera, y verdaderamente existente. Mas ¿qué cosa? Ya lo he dicho: una
cosa que piensa. [...] ¿Qué soy, entonces? Una cosa que piensa. Y ¿qué es
una cosa que piensa? Es una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega,
que quiere, que no quiere, que imagina también, y que siente. Sin duda no es
poco, si todo eso pertenece a mi naturaleza. ¿Y por qué no habría de
pertenecerle? ¿Acaso no soy yo el mismo que duda casi de todo, que entiende,
sin embargo, ciertas cosas, que afirma ser ésas solas las verdaderas, que niega
todas las demás, que quiere conocer otras, que no quiere ser engañado, que imagina
muchas cosas -aun contra su voluntad- y que siente también otras muchas, por
mediación de los órganos de su cuerpo?
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Meditaciones metafísicas con objeciones
y respuestas, Meditación segunda
Epicuro (341 a.c – 270 a.c): La percepción sensible
como forma de acceder al conocimiento
“Mientras vivimos la muerte no existe, y cuando la muerte existe,
nosotros ya no somos”
En
segundo lugar, acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros,
puesto que el bien y el mal no existen más que en la sensación, y la muerte es
la privación de sensación. Un conocimiento exacto de este hecho, que la muerte
no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal evitándonos
añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo de la
inmortalidad. Pues en la vida nada hay temible para el que ha comprendido que
no hay nada temible en el hecho de no vivir. Es necio quien dice que teme la
muerte, no porque es temible una vez llegada, sino porque es temible el esperarla.
Porque si una cosa no nos causa ningún daño con su presencia, es necio
entristecerse por esperarla. Así pues, el más espantoso de todos los males, la
muerte. no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte,
y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe
ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los
otros ya no son. La mayoría de los hombres, unas veces teme la muerte como el
peor de los males, y otras veces la desea como el término de los males de la
vida. [El sabio, por el contrario, ni desea] ni teme la muerte, ya que la vida
no le es una carga, y tampoco cree que sea un mal el no existir. En cuanto a
los que aconsejan al joven vivir bien y al viejo morir bien, son necios, no
sólo porque la vida tiene su encanto, incluso para el viejo, sino porque el
cuidado de vivir bien y el cuidado de morir bien son lo mismo.
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Epicuro,
Carta a Meneceo, R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad
antigua, Barcelona 1982, p.94-95.